Superman fue el gran héroe de mi infancia. Su incansable lucha contra las fuerzas del mal, su profundo sentido de la justicia, y por sobre todo sus extraordinarios poderes, despertaban en mi una admiración casi ilimitada. En mi inocencia, pensaba que no había hazaña que el hombre de acero no pudiese realizar, enemigo que no pudiera derrotar ni obstáculo que no pudiese vencer.

Años más tarde descubrí con decepción que hasta los más grandes superhéroes están sometidos a las leyes naturales. Pero eso no fue todo, pues mi decepción siguió creciendo cuando comprendí que una simple e inocente bombilla para beber refrescos podía transformarse en un obstáculo insalvable, incluso para el mismo Superman.

Descargar artículo (PDF)