Nunca he sentido especial afecto por la filosofía de Rene Descartes (1596-1650). Aquel solemne “pienso luego existo” enunciado por el filósofo francés hace más de tres siglos, y que muchos consideran una de las frases más notables que registra la historia del pensamiento, jamás me ha parecido una conquista intelectual muy impresionante.             

Espero que mi falta de sensibilidad filosófica no moleste a aquellos lectores más dotados para apreciar los intricados matices de la reflexión cartesiana. Debo confesar, eso sí, que luego de descubrir aquel sorprendente artefacto conocido como Ludión o Diablillo de Descartes, mi opinión acerca del ilustre pensador mejoró ostensiblemente.

Descargar artículo (PDF)