En innumerables ocasiones me he visto envuelto en agrias polémicas en torno a la presunta realidad de fenómenos paranormales, parapsicológicos o sobrenaturales. Si bien, mi postura consiste generalmente en un moderado y respetuoso escepticismo, que pretende invitar a mi interlocutor a revisar con sentido crítico sus puntos de vista, mi escepticismo suele ser recibido con profunda hostilidad.

Parapetados tras el reducto del dogmatismo y la intolerancia, quienes defienden estas posturas suelen esgrimir como argumentos los más disparatados ejemplos, testimonios y antecedentes, que pocas veces resisten un análisis cuidadoso. De entre todos estos argumentos, existe uno que resulta particularmente persuasivo, y de ello doy testimonio personal: me refiero a las caminatas sobre brasas ardiendo.

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